Desde pequeña, ordenar fue algo especial para mí. Tendría unos 12 años cuando falleció mi abuelo, y ayudé a mi padre a organizar sus cosas. Fue un proceso sanador; triste por la despedida, pero lleno de alegría por la acción y el trabajo en equipo con mi padre. Desde entonces, “ordenar y acomodar” significa, para mí, honrar a las cosas y a las personas, un acto que trasciende lo material para convertirse en una forma de organizar la vida misma, que nunca se detiene, y siempre sigue adelante.

          Por otro lado, mi madre me enseñó otra visión del orden: la importancia de la sistematicidad y de seguir pasos para llegar a buen puerto. Mientras juntas organizábamos cosas de la casa o la biblioteca, ella contaba: “1, 2, 3, 4…” y avanzábamos. Así, despejábamos la mesa, guardábamos todo en su lugar, o creábamos una biblioteca equilibrada, donde los muchos libros convivían con adornos y recuerdos cuidadosamente colocados.

          Con el tiempo me interesé y aprendí…